jueves, 26 de mayo de 2022

ENTRE CRIPTO-IDIOTAS

Por Juan Miguel Castillo Roldán


Si estás entre los 25 y los 45 años de edad, es posible veas con algo de perplejidad el insistente bombardeo de los medios para convencerte de que debes integrarte al mundo de los criptoactivos. Por supuesto, lo estás pensando, porque el amigo de fulano y el primo de fulana están sacando tremendo billete del fenómeno de las criptomonedas, o al menos es la versión que llega a tus ignorantes oídos. Después de todo, quizás algo de verdad habrá en los videos que circulan de celebridades bañándose en plata producto de grandes transacciones con NFTs y con criptodivisas... si está en el internet, ¿quién eres tú para cuestionar la santa cripto-religión? Recuerda que eres empleado, tu salario no satisface tus necesidades, tu vehículo está cada día más viejo, el deseo de evolucionar de inquilino a propietario te angustia cada día un poco mas, y todo eso es tu culpa porque no has sido lo suficientemente emprendedor y visionario. Sintiendo un vacío en tu estómago, con delicadas notas de baja autoestima, empiezas a saborear lo que ahora le llaman “FOMO”. No, cripto-tonto, no es un partido político, significa “fear of missing out”, y es una estrategia psicológica que apela a un malestar de culpabilidad por no haberte montado en la cresta de la ola del cripto-mundo cuando debiste hacerlo. Pero no te sientas solo, que otro segmento poblacional, que ronda los 45 a 60 años de edad, también está recibiendo un cripto-enema publicitario, solo que ellos saben aún menos que tú de tecnología y están hasta la coronilla de que el hijo de fulano o el sobrinito de fulana les agobie con todas las mágicas bondades de las finanzas virtuales y descentralizadas. Y no confundas ese hartazgo con cautela, pues algunos de ellos terminarán invirtiendo y dando el capital por perdido, porque saben que si demandan a ese “cerebrito” hijo de papi y mami, cuya solvencia personal no excede un Playstation 5, la mayor aspiración de condena no sobrepasaría un boche.


Tranquilo, estos párrafos no tienen como único objetivo hacer añicos tu ego. Aunque no lo creas, también obtendrás un poco de claridad e información llana sobre cómo funciona realmente el mundo de esa cosa llamada “Bitcoin” y aquella otra cosa llamada “Blockchain”, de modo tal que si decides poner en riesgo esos ahorros con los que pensabas saldar alguno de tus préstamos, al menos lo hagas consciente de en qué te estás metiendo en términos puramente prácticos y cuál es el modus operandi de las criptodivisas y las “crypto-exchange”. 


Para empezar, toda la idea de los criptoactivos se desenvuelve sobre la base de un concepto clave, y es la “descentralización”, la cual depende de una tecnología llamada “blockchain” o “cadena de bloques”. En términos llanos, es un registro distribuido, una especie de libro contable de transacciones a nivel digital que no depende de un servidor único, sino de múltiples nodos esparcidos en el ciberespacio. Imagínalo como una versión más sofisticada de la tecnología “P2P” o “peer-to-peer” que utilizaban las aplicaciones como Kazaa y Napster en el año cero, cuando dependías de una conexión “dial-up” a una velocidad de 10 kilobytes por segundo para descargar música pirateada de Linkin Park y el infame video de “2 girls, 1 cup”. En resumen, las criptomonedas no se alojan en un solo disco duro administrado unilateralmente por una empresa, sino que circulan dentro de un universo finito compuesto por esa cadena de bloques al margen del control exclusivo de algún ente particular. Todas las operaciones de esas criptomonedas se encuentran encriptadas, son trazables y son validadas entre los distintos nodos, lo cual las convierte, en teoría, en un activo seguro... insistimos, en teoría.


Te suena todo muy novedoso, y es probable que esta explicación ya la hayas escuchado o leído en la hora de almuerzo de tu trabajo. Después de todo, las criptomonedas no surgieron ayer. Sin embargo, como nunca has invertido, lo más probable es que, si lo haces, sea a través de algún cripto-depredador que te haya lavado el cerebro con jabón de cuaba cibernético. Tranquilo, aquí verás qué tan reales son algunos conceptos, o cuáles aspectos de la inversión en criptoactivos están exagerados o distorsionados o, más importante aún, cuál información no estás recibiendo de parte de tu estafador favorito.


Aunque no lo creas, el “blockchain” no es como tu colmado habitual, no puedes sencillamente ir a comprar refrescos de colores y diabetes. Para poder adquirir alguna criptomoneda debes pasar, obligatoriamente, por un embudo que se llama “crypto-exchange”, que es propiedad de una empresa particular. ¿Sorprendido? No importa, hasta ahí llegaron los sueños y esperanzas de la sagrada descentralización. Los “crypto-exchange” son plataformas en línea a las cuales accedes mediante páginas de internet, y su rol es servir como “trading platforms”, donde compras, vendes y alojas criptomonedas. Si no es a través de esas plataformas, que son centralizadas, no es posible invertir, y lo más curioso es que actúan como casa de apuestas, porque tan pronto ingresas a la maquinaria, ya ellos aseguran su primera victoria de haberte captado: si ganas, ellos ganan, y si pierdes, ellos ganan. Recuerda, en un casino la casa nunca pierde.


Ahora, los “crypto-exchange” gozan de ventajas sobre los casinos. Por ejemplo, solo para ingresar a participar, debes entregar documentación personal sensible con escaneos de originales vigentes (pasaporte, cédula de identidad, nombre, apellido, dirección, correo electrónico, teléfono, etc.). No sólo eso, cuando quedas registrado en la plataforma para hacer transacciones, estarás usando el monedero (“wallet”) en línea de la misma plataforma, de donde se realizarán los créditos y débitos para cada operación. ¿Te imaginas que el casino que frecuentas para decepcionar a tu madre te exija la entrega de tu cartera cada vez que quieras jugar Blackjack? Eso no se ve ni en los sueños más ludópatas y salvajes de los casinos del Malecón. Ah, y no olvides que, si se cae la página, o la compañía decide suspender tu cuenta o desaparecer tus activos, no podrías ingresar a tu “wallet” ni disponer de tu capital, y solo tendrías un reclamo contra una compañía en el extranjero... ¡buena suerte con eso, caballo! Irónicamente, los cripto-gurús se han pasado años defecando en los sistemas bancarios tradicionales por ser centralizados, solo para caer en manos de los “crypto-exchanges”, que son aún menos seguros.... tanto nadar para ahogarse en la orilla.


Pero, digamos que aceptas esas condiciones y no quieres caer en manos de los cripto-depredadores, porque sabes que eres inteligente, independiente y puedes hacerlo por tí mismo (o al menos eso crees tú). ¿Cómo mueves tu dinero al “crypto-exchange” para comprar criptoactivos? ¡Sorpresa! Vas a necesitar un banco sí o sí. ¿O pensaste que escaparías de las garras de tu oficial de cuentas? Efectivamente, para poder comprar criptomonedas, como “bitcoin”, vas a requerir una tarjeta de crédito, una tarjeta de débito o una transferencia interbancaria internacional (“wire transfer”). Entendías que sería algo tan sencillo como comprar porquerías que no necesitas en Amazon ya que, después de todo, los jovencitos cripto-emprendedores te han convencido que estos sistemas de “finanzas descentralizadas” son menos burocráticos y más sencillos que los tediosos trámites y papeleos bancarios tradicionales. Bueno, te vas a llevar otra decepción, porque es prácticamente seguro que el banco que normalmente utilizas bloquee las transacciones llevadas a cabo en estas plataformas, y si logras transferir, tendrás un límite fijado por la conversión de pesos a dólares, salvo que tu tarjeta sea específicamente de dólares. En todo escenario, perderás las mismas horas de una mañana que típicamente pasarías en la recepción de un banco. La otra alternativa que tendrás es el “wire transfer”, pero tu banco te exigirá, para toda transferencia internacional, un proceso de registro y validación de beneficiario en el extranjero, lo cual puede tomar hasta más de un día, ya que se requiere autenticación de muchos datos de transferencia sobre el banco beneficiario de destino y el banco intermediario. Y mejor lee tres veces antes de mandar un centavo, porque a diferencia de los errores de transacción en tarjeta, que admiten un simple reverso que se refleja en pocas horas, los errores de “wire transfer” pueden resolverse en hasta 21 días... si se resuelven. Y es altamente probable que en el “crypto-exchange” de tu elección ya haya desaparecido la opción de depósito mediante tarjeta, por cuestiones de cumplimiento normativo en Estados Unidos y Europa en materia de pagos, obligándote a la fórmula del “wire transfer”. ¿Sigues motivado? Bien, hay más, no te canses aún.


¿Y qué sucede con los denominados “decentralized exchange” (DEX) que son distintos a los “centralized exchange” (CEX)? Puedes intentarlo, pero solo puedes acudir a una página de DEX luego de haber primero comprado criptoactivos mediante una página de CEX, así que el cuello de botella no varía mucho, y sin dejar de lado que la página del CEX también está sujeta a caerse, como toda página web (y en este momento recuerdas la película “No confíes en nadie” que viste hace unas semanas en Netflix). La ventaja relativa del DEX es que no administraría tu “wallet”, lo que significa que tú mismo serías responsable de custodiar tu monedero electrónico por medio de una aplicación de escritorio o móvil conocida como “cold wallet” u “offline wallet” (distintas a las “hot wallets” en línea custodiadas por un tercero, como un “crypto-exchange”), pero sabes que si pierdes las claves de acceso, no tendrás a quien pedir ayuda, así que aprende a rezarle a cripto-Jesús.


Tantos riesgos para comprar activos que por su naturaleza son riesgosos, fluctuantes y volátiles... ¿al menos hay ventajas en cuanto a costos de comisiones e impuestos? Los cripto-depredadores se ocuparán de convencerte de que la inversión en criptoactivos generan menos costos de esta naturaleza que los bancos tradicionales, los cuales llenan tus estados de cuenta todos los meses por cargos que, francamente, no lees con atención: cargos por uso de tarjeta, cargo por servicios, cargo de seguro de vida, cargo de transferencia del 0.15%, cargo por ser feo y otros más.  La verdad es que sí, tendrás cargos operando con criptomonedas: cargos por conversión de moneda fiduciaria a criptomoneda y viceversa, cargos por conversión de una criptomoneda a otra criptomoneda, cargos por transferencia de un “wallet” a otro “wallet” y cargos por retiro mediante transferencia internacional equivalente a US$ 25.00 dólares por cada transacción. Esas pérdidas coexistirán con las pérdidas previsibles que sufrirás producto de las fluctuaciones normales del mercado. Pero, a lo mejor quieres invertir US$50.00 dólares sólo para experimentar y vér cómo se le entra el agua al coco. Y sí, claro que puedes invertir tan poco como quieras, pero en esa primera metida de pata nadie te informará que para retirar tu dinero hay un monto mínimo, que ronda los US$100.00 dólares, entonces te sentirás compelido a ingresar más para poder sacar. Nada muy distinto a cuando se te cae una papeleta de RD$50.00 pesos en el inodoro de un baño público: piensas que por esa cantidad no vas arriesgarte a contagiarte de la viruela del mono, pero si tiras RD$1,000.00 pesos más, definitivamente sumerges tu mano para hacer una excavación escatológica. A final de cuentas, cuando sumes y restes (a pesar de que nunca sacaste más de sesenta en un examen de matemáticas) verás que habrás perdido más de lo que habrás ganado, pero los cripto-depredadores se ocuparán de hacerte sentir miserable y tacaño, explicándote que para poder ganar debes invertir mucho. Ya conoces esa narrativa de autosuperación y liderazgo.


No obstante todo eso, sigues adelante con tu misión de dominar el cripto-monstruo. ¿Crees que las operaciones de criptomonedas siempre son seguras porque dependen de una obra divina e infalible que se llama “blockchain” que asegura todas las transacciones? Bueno, sigues siendo humano (y no muy brillante, lamentablemente) y los humanos cometen errores. Si cometes un solo error en la colocación de la información de dirección de transferencia de una criptomoneda de un “wallet” a otro, corres el riesgo muy real de perder el 100% del monto. Repentinamente, ahora los bancos tradicionales, que tienen mecanismos de reclamación, no se ven tan malvados, ¿no? 


Ojo, la conclusión no necesariamente será que todos los criptoactivos valen menos que papel higiénico, que todos los “crypto-exchange” son menos legítimos que Telex Free y que todos los captadores de inversión (los cripto-gurús y cripto-depredadores) son más malvados que El Guasón y están a la distancia de un desliz de Najayo. Tú eres responsable de razonar tu propio juicio de valor, y cada quien que se ponga el sombrero que le sirva. Lo que sí es indiscutible es que cada vez más bienes y servicios seguirán siendo digitalizados, más formas de pago serán virtualizadas y la tecnología “blockchain” podrá encontrar nuevos campos de aplicación. La pregunta es si en esta transición tú vas a ser un actor o una víctima. Porque los captadores de inversión jamás te van a decir la historia completa, y es que no les conviene, ya que ellos se lucran de dos cosas: primero, una gran masa de imbéciles deseosos de ganar dinero de forma pasiva mientras ven Netflix, y segundo, que ninguno de ellos sea particularmente consciente de cómo funcionan los criptoactivos. Lo más parecido a esto es un esquema Ponzi, donde los únicos que ganan son los que bailan en la cúspide. Los captadores lo saben, y toman medidas estratégicas al respecto: cualquier explicación al potencial inversionista es poco clara y recurre a una premisa simple cuando te dicen: “es muy complicado y habría que explicar muchas cosas para que lo comprendas” (aunque ninguno de ellos sea ingeniero informático, ni sepa leer dos líneas de un código de software de Tamagochi). Tampoco firman contratos de inversión, porque saben que la intermediación financiera es un sector regulado que puede acarrear consecuencias represivas, así que optan por no firmar nada o, en su defecto, firmar “contratos de asesoría” muy abiertos y ambiguos, en términos que no impliquen riesgo legal y sancionador. Recuerda que toda la estructura del negocio funciona en beneficio de ellos y en perjuicio tuyo, y cuando pierdas, ya sea por medio de una inversión a través de ellos o por tu propia iniciativa, será siempre tu culpa y solo tuya, porque olvidaste que hay riesgos inherentes y porque “no entiendes bien el negocio”.


Apelar a tu limitada capacidad intelectual es una herramienta que siempre explotarán los cripto-depredadores, nada fuera de lo común con respecto a otros negocios sombríos, con la agravante de que esa incapacidad pocas veces podrá ser superada, ya que no eres especialista en informática y tecnología para poder llevar a cabo una auditoría de plataformas y códigos. La información que llega a tus manos siempre será parcializada por la fuente de donde viene, y solo puedes responder con la  necesidad que ellos aprovechan y capitalizan.


¿Aún interesado en invertir, cripto-idiota?






Lic. Juan Miguel Castillo Roldán

Abogado

Máster en Derecho de los Negocios Internacionales

Máster en Derecho de Propiedad Intelectual y Derecho Tecnológico

Profesor Universitario